el órgano más pobre de Alemania,
fue con los emigrantes que embarcaron
y llegó hasta el burdel en Buenos Aires.
Igual que un cura apóstata,
allí se fue arrastrando por historias
de soledad y de melancolía.
Amé siempre los tangos, que escuchaba
en mi niñez, las tardes de domingo:
mi padre y mi madre los bailaban
recorriendo el pasillo de la casa.
Son la voz de una épica perdida,
con los bandoneones arrastrando
letras que hablan de un amor culpable.
Los que bailaban en aquel pasillo
ahora viven ya dentro de un tango
que, misteriosamente feliz, canta
un viejo que sonríe dando un paso de baile
mientras se acerca a la Desconocida.
Joan Margarit
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